El 14 de agosto de 1971, el profesor de psicología Philip Zimbardo dio inicio a un experimento que hoy en día sigue siendo crucial tanto en la docencia como en la investigación y el debate psicológicos. El experimento se llevó a cabo en la universidad de Stanford, en California, y fue diseñado para averiguar qué sucedería si se les diese poder a unas personas sobre otras: ¿abusarían de ese poder? ¿Un individuo normal y corriente se volvería brutal y sádico? ¿Hasta dónde sería capaz de llegar? ¿Se podría utilizar eso para explicar los abusos en las cárceles?
Zambardo también estaba interesado en los cambios que sufre una persona cuando se enfrenta con la autoridad: ¿se vuelve obediente o se rebela? Uno de los objetivos centrales del estudio era arrojar luz sobre cuánto influyen en la conducta los rasgos de personalidad innatos y el ambiente en que se sitúa a una persona.
Todo el experimento se configuró para simular una situación carcelaria en un sótano del edificio de psicología de la universidad de Stanford. Zimbardo y su equipo se esmeraron para que las condiciones fuesen lo más realistas posible. Se seleccionaron a 24 estudiantes varones como los más estables psicológicamente, y se les asignaron roles de prisioneros o guardias al azar. Les dijeron que la duración sería un máximo de dos semanas. Cobraron 15 dólares al día.
Desde el principio, Zimbardo diseñó el experimento para inducir desorientación, despersonalización y desindividualización (pérdida de la sensación de individualidad y responsabilidad personal) en los “prisioneros”. A los guardias no se les permitía hacerles daño físico a los reos, pero sí podían controlarlos, arrebatarles su privacidad, dejar que se aburriesen y se frustrasen, retirarles su individualidad ( por ejemplo, refiriéndose a ellos solo por números) y eliminar todo su poder o control sobre la situación. Se les equipó con porras, gafas de espejo (para evitar el contacto visual) y otros artículos de uniforme.
Para que la situación fuese lo más real posible, se reclutó al departamento de policía local para realizar los “arrestos” de los prisioneros en sus domicilios y “acusarlos” de robo a mano armada. Después los sometieron a todo tipos el proceso de fichado: les tomaron las huellas, les sacaron fotografías…A continuación, comenzó el proceso de desindividualización como tal: cuando los prisioneros llegaron a la cárcel, se les desnudó por completo, se les despiojó, se les retiraron todos sus objetos personales y se les dieron uniformes carcelarios idénticos e incómodos.
Casi inmediatamente, los guardias se metieron en sus papeles y comenzaron a tratar a los prisioneros con desdén, menospreciándolos y obligándolos a obedecer reglas y órdenes mezquinas. También les mandaban hacer tareas aburridas e inútiles. En resumen, los deshumanizaron. Al final, algunos de los castigos aplicados fueron casi brutales, como hacer que los prisioneros utilizasen cubos como letrinas (que no les permitían vaciar), forzarlos a permanecer desnudos, a que durmiesen sobre suelos de cemento y encerrarlos en armarios oscuros. ¿Y qué hay de los prisioneros? Ellos también se adaptaron a sus nuevos roles de prisioneros con rapidez y con comportamientos acordes: mostraban gran interés por las reglas de la cárcel, se chivaban de otros compañeros (para conseguir la aprobación de los guardias, porque dependían mucho de ellos) y se volvieron más y más sumisos ante sus poderosos guardias.
El experimento se suspendió a los seis días porque Christina Maslach, una reciente doctorada de Stanford (que más tarde se convirtió en una eminente psicóloga por méritos propios, además de casarse con Zimbardo), visitó el “plató” y se quedó horrorizada por lo que vio.
in embargo, el estudio logró demostrar que hasta las personas decentes se someten con facilidad a los roles sociales que se espera que asuman, especialmente si existen fuertes estereotipos que rigen la conducta esperada. Como ninguno de los “guardias” había mostrado previamente ningún rasgo sádico, el experimento pareció indicar que la clave de su conducta brutal estaba en el ambiente, más que en la personalidad. ¿Y si este experimento explicase los actos de los terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York o los de los torturadores estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib en Irak?
Los psicólogos británicos Alex Haslam y Steve Reicher reprodujeron este famoso estudio parcialmente en 2002 para la BBC (y lo llamaron “The Experiment”). El experimento de la cárcel de la BBC se incluye dentro de la formación básica de algunos planes de estudio de psicología avanzada británicos.
(Dra Sandi Mann. La Biblia de la Psicología. Tú, este libro y la ciencia de la mente. Ediciones Gaia. Madrid. 2016)